El Trabajo Social es hoy una profesión que está a la orden del día, pero no siempre ha sido así, ni mucho menos un trabajo.
Su origen se basa en el humanismo y la solidaridad como principios fundamentales. A lo largo de la historia, la humanidad ha demostrado este valor abstracto a través de acciones sociales dirigidas hacia las personas en situación de vulnerabilidad, brindándoles ayuda en forma de limosnas, abrigo, comida y otras necesidades materiales. Con el paso del tiempo, estas acciones tomaron una forma más organizada y estructurada, y la iglesia católica fue la primera institución en hacerlo, bajo el concepto de caridad.
Del origen en Europa con la caridad de la Iglesia a las primeras pioneras modernas
La caridad, entendida como hacer el bien y cuidarnos los unos a las otras desde la órbita cristiana, se sitúa por los historiadores como la primera red de ayuda en Europa, representada por destacadas figuras como Bartolomé de las Casas y San Vicente de Paul.
Algunas pioneras del Trabajo Social más modernas, como Octavia Hill, una reformadora social y pionera del trabajo social británica del siglo XIX y Mary Richmond, su homóloga en Estados Unidos, participaron durante varios años en la Organización Social de la Caridad (C.O.S.), impulsada por el pastor Henry Solly, donde se les denominó «visitadoras de la caridad».
A medida que la sociedad evolucionaba, las acciones sociales dejaron de estar exclusivamente basadas en la religión y pasaron a adoptar un enfoque más laico. Surge así el concepto de filantropía, que implica hacer el bien por amor al ser humano y se fundamenta en el razonamiento científico en lugar del teológico.
La acción social comenzó a apoyarse en teorías, métodos y técnicas de las ciencias sociales para abordar los problemas sociales generados por la revolución industrial, como la migración, el hacinamiento, las epidemias, el trabajo infantil, las condiciones laborales inhumanas y la pobreza.
1898, el origen del trabajo social reglado
Ante la necesidad de contar con personal calificado para abordar estos problemas sociales, Mary Richmond creó la escuela de filantropía de Nueva York en 1898, bajo la iniciativa de, quien también se desempeñó como docente en dicha institución a partir de 1909. Richmond escribió varios libros, pero fue su obra «Diagnóstico Social», publicada en 1917, la que la consagró como «la madre del Trabajo Social». En 1918, la escuela de filantropía pasó a llamarse escuela de Trabajo Social.
Con los cambios económicos y sociales a nivel mundial, los gobiernos comenzaron a crear instituciones dentro del aparato estatal para ejecutar políticas sociales, con el fin de concretar los derechos humanos de segunda generación, como la educación, la salud, la vivienda y el trabajo. Esto dio lugar al surgimiento de escuelas de servicio social, cuyo objetivo era formar técnicos capaces de administrar los servicios sociales de estas instituciones, así como de empresas con políticas de responsabilidad social empresarial. Con el tiempo, muchas de estas escuelas cambiaron su nombre a Escuelas de Trabajo Social y se incorporaron a universidades, elevando la formación académica de técnica a licenciatura.
Como vemos, el Trabajo Social ha evolucionado a lo largo del tiempo para adaptarse a la realidad social. Ha transitado desde una asistencia social hasta un servicio social, y finalmente se ha consolidado como una profesión basada en el método científico, con el objetivo de empoderar a las personas y convertirlas en agentes transformadores de sus realidades internas y externas.
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