La educación social es una carrera de fondo. Y, en momentos de inestabilidad e incertidumbre como la actual, es cuando se pone de manifiesto la importancia de esta labor continua. Los resultados de los procesos y acciones de intervención, atención, acompañamiento, mediación, participación, etc. se ven más claramente cuando la sociedad está en crisis.
Desarrollo social para mitigar los efectos de la crisis
La actividad de los y las profesionales de la educación y la intervención social es esencial para conseguir una sociedad igualitaria. Con su trabajo se reducen los desequilibrios sociales, algo imprescindible para luchar por la justicia social y también para evitar que las crisis dejen una huella profunda en la ciudadanía.
Es decir, desarrollan una labor orientada a mejorar la calidad de vida de las personas, así como la cohesión social. Todo, con la vista puesta en el futuro. Por ello, es necesario contar con unos servicios sociales sólidos que atiendan a todas las personas que lo necesiten. Solo así seremos capaces de afrontar con los recursos suficientes situaciones como la actual, paliando con eficacia su impacto en las personas más desfavorecidas.
Las herramientas que emplea la educación social para fomentar el desarrollo personal y comunitario —tanto a nivel sociocultural como laboral— son múltiples. Así, educadores y educadoras:
- Acompañan y orientan en los procesos de socialización.
- Favorecen la autonomía y empoderamiento de las personas y, por tanto, su inclusión social.
- Promueven su espíritu crítico y la comprensión de la realidad social.
- Animan a la participación ciudadana, fomentando una cultura participativa.
- Ayudan a mejorar las aptitudes y competencias.
- Impulsan la transformación social.
- Contribuyen a la creación y afianzamiento de los tejidos asociativos y sociales.
Si algo está mostrando esta crisis es que tenemos que colaborar, porque nuestras vidas están muy interrelacionadas. Pero, para una transformación social real es necesario que se involucren todos los agentes que la componen.
Por eso, educadores y educadores sociales, como agentes transmisores de las políticas sociales y educativas, deben formar parte de su elaboración. La intervención social, además, no debe dirigirse en exclusiva a los colectivos etiquetados como «en exclusión». Porque si algo nos está enseñando el COVID-19 es que todos somos vulnerables.
Hace falta más inversión social para evitar que crezca la desigualdad
No hay duda de que el coronavirus marcará un antes y un después en nuestras vidas. La crisis va más allá de lo meramente sanitario; la economía mundial ya se tambalea y la recesión se prevé dura. La magnitud de la situación exige medidas ágiles para mitigar las consecuencias económicas y sociales en las personas más vulnerables. Personas sin ingresos, migrantes, personas desempleadas o trabajadoras precarias, cuidadoras…
La realidad es que las crisis suelen aprovecharse para aplicar políticas de recortes y austeridad. Esta mirada cortoplacista olvida que las personas deben ocupar el centro de la organización socioeconómica. Y, como ya comprobamos tras la crisis económica del 2008, debe hacerse justo lo contrario para no ahondar en las desigualdades económicas, sociales y de género. Por eso, ahora es la ocasión para invertir más que nunca en intervención social.
Las desigualdades que ya había en el acceso a la educación, a la vivienda o las tecnologías se están agudizando con el confinamiento. A la espera de la resolución de la pandemia, no tenemos duda de que el sector de la intervención social se enfrentará a un enorme desafío y a mucho trabajo en los próximos tiempos. El objetivo: que esta situación no se cebe con las capas de población menos favorecidas, como sucedió en la anterior crisis de 2008.